Sencillez y desengaño

"La vida de un hombre debería ser más sencilla... Estoy cansado... ¿Cómo mierda llegué hasta acá?" fue lo último que me dijo el carnicero.
Cinco días estuvo contándome sobre la matanza en la villa: la que esta atrás del aeropuerto. Detalles, muchos. Describió a cada uno de los muertos, sus vidas, parientes, amigos. Pero se detuvo en una mujer, una morocha que se había teñido el pelo, un poco más claro. Parece que el tipo se había enamorado de la mina, o algo así.
La morocha, Carmen, era la esposa de un guardia del aeropuerto: un mono áspero, borracho, sucio. El carnicero pata de lana, se aparecía por la casa de la mina cuando el guardia no estaba.

¡shhh!

En la esquina en frente de casa hay tres pibes. La esquina en diagonal, donde está el bar abandonado; que primero fue una casa donde vivió gente, personas a quienes no conocí; después la convirtieron en almacén, luego verdulería, kiosko, mercería y por último el bar de viejos que jugaban a las cartas por el vaso de vino lleno hasta arriba.
Los pibes hablan, no los oigo, pero veo que hablan y hacen gestos con las manos. No discuten, es una conversación; en tono bajo, amistoso... sonríen. Hace como dos horas que no paran. ¿Qué dicen? Fútbol, televisión, chicas... qué otra cosa puede ser; no tienen más de dieciséis años... 

Yo jugué al billar en ese bar. Tenía un amigo con el que iba seguido. Una bola blanca, una roja y otra medio amarilla. Hacíamos carambolas, nada más; porque jugar a dos, tres o cuatro bandas nos resultaba difícil. A nosotros nos gustaba hacer carambolas, nada más.


Llegó una piba a la esquina; saludó a los tres con un beso y se largó a hablar con voz más alta; se reía a carcajadas. Pero bajó la voz, como los pibes; se acomodó al tono, y siguieron hablando, de a uno por vez mientras los otros escuchaban vaya a saber uno qué. 

Un día llegué al bar y ahí estaba mi amigo, esperándome para el billar. "Dale loco, creí que no venías", dijo. Le conté: "llamaron las chicas. Están en el campo, bah, en el pueblo, en la casa del viejo de Mabriela. Jandra y Mabriela; quieren que vayamos". Fuimos. Tomamos un colectivo, de los que entran en todos lados... Llegamos casi de noche.
El pueblito no tenía más de cuatro manzanas; pero como era la primera vez que hacíamos un viaje, corto, pero viaje al fin... estábamos felices. De noche no había luz en las calles por lo que tuvimos que llegar, a la pieza que mi amigo había alquilado, a tientas y tropezones. La pasamos bien con las chicas: besos, muchos; caricias... nada más... el sexo era para otros. Estuvimos un día, después nos volvimos.


Seguía el movimiento en el grupito de charlatanes. Se sumó otra piba: ésta más chiquita, delgadita, algo pálida. Ni bien llegó se callaron todos; movió un brazo y todos empezaron a cruzar la calle, rumbo al kiosko de la esquina, en frente y a la derecha de casa. Ese kiosko era de dos hermanas, las turcas, viejas; pero ahora es de un fulano, un choto que no le importa si le comprás o no, un malarreado de porquería... Una pena, las turcas eran mejores.
Los tres pibes entraron al kiosko, sacaron a patadas y de los pelos al fulano del dueño; las dos pibas también entraron, mientras los pibes ataban las manos y pies del tipo con cinta de embalar sacada del negocio, las niñas levantaron lo que pudieron y salieron. Lo dejaron tirado en la vereda al choto del kioskero. Se fueron por la vereda donde estaban, camino al puente. Los vi un ratito, hasta que me los taparon los árboles, pero seguí escuchando a una de las pibas que cantaba; los otros comían caramelos... y de repente uno hizo ¡shhh!

FIN

M'hijo el cantor

Habia un pibe de diez años que cantaba como los dioses. Cantaba cualquier cosa: la madre le ponía una canción para que la aprendiera y el borrego la sacaba limpita, cualquiera fuera el idioma.
Un día el padre le dice a la madre que sería bueno llevar al pibe a que lo escuchara alguien de la tele, para ver si, por ahí, salen de perdedores.
Tuvieron suerte. En el primer canal que caen los chapa un productor y les dice que si, que le parece que va a funcionar.
Pasean al pibe por varios programas para darle manija e ir aflojando a la teleaudiencia, con una história de vida mentirosa pero que pegue bien en el zócalo.
Mientras el nene canturrea lo que venga, el papá se voltea minas que van a la tele a ver qué onda y la mamá toquetea a algún tiracables por si pinta una extra.
El pibito ya factura, poco, pero unos billetes ingresan a la alcancía familiar.
El gran salto. Si, Marquitos, como lo llaman ahora al nenito, va a participar en los festivales más importantes del país: el primero... Cosquin.
El contrato que van a firmar los padres no deja ninguna duda: muchisimo dinero: festivales, disco, giras y alguna novelita para pendejitos.
La mañana del debut en Cosquin el pibe se levanta, quiere hablar y no le sale ni aire: mudo.
El padre lo agarró a cachetazos, "¡cantá carajo!", le decia... Nada.
Lo llevaron a todos los médicos y todos los médicos decian lo mismo: "puede durar un día o toda la vida".
La madre le dijo al padre: "No lo quiero más, encerralo en algún lado".
Lo llevaron a la piecita del fondo y lo pusieron a fabricar escobas. Con la história del pibe-cantor-que-se-volvío-mudo y un poco de rosca de la tele, los padres vendieron un montón de escobas. Agrandaron la fábrica, vendieron más escobas; agrandaron más, vendieron más. Se hicieron millonarios.

FIN.

En el camino

- ¡Mona!... Despertate... ¡Mona!
- ¿Qué?
- Que te despiertes.
- ¿Qué pasa? ¿Dónde estamos?
- En la ruta. Entre el rí­o Negro y el Colorado. Pero no importa eso; escuchame... pasa algo raro.
- ¿Qué?
- No se. Mirá, ¿ves? Saco el pie del acelerador y nada, seguimos igual. Mirá, piso el freno... y nada.
- Uh... ¿Se habrá roto algo? Digo; después de la frenada.
- No, no creo. Habría algún ruido.
- Pero... vos te acordás. Se venía el camión y frenaste con todo.
- Si, me acuerdo. Pero esta todo bien. Lo raro es lo que te digo; ¿ves? Los pedales... como si nada.
- Y... bueno, esperemos... a ver que pasa.
- Si.
...
- Mona.
- Queeeee...
- ¿Qué onda con tu viejo?
- ¿Qué te pasa?... Papá murió en el 92, un año después que tu mamá... ¿Estas bien vos?... ¿No te estarás durmiendo, no?
- Es raro... parece un sueño.
- No me asustes. Mirá adelante, no te distraigas.
- Sabes qué... Pellizcame... A ver, dale, tengo una duda.
- Bueno.
- Ahora yo a vos.
- Despacito...
- ¿Y?
- Nada: un pellizco, ¿qué pensabas?
- No, nada... lo del camión, viste.
- Bah, si frenaste con todo...
- Si... y el pellizco me dolió.
- Si, a mi también.
- Si.

FIN.

Llorarás en silencio INCONCLUSA

es el vacío el que piensa... Jim Thompson Tragedia, drama y comedia en un solo acto. Vivir para contar las mismas escenas tantas veces aburre... pero no podemos hacer nada. Mirá sino, el cartero, ahí; tocando timbre en una casa donde tienen encerrada a la hija para que no vea hombre alguno, hasta estar preparada. Dieciocho tiene ella. De alguna manera se escurrió y -¡ring! por segunda vez- abrió la puerta. El cartero levanta la cabeza y la ve, a ella, la mujer más fea que ni siquiera imaginó. Le tiemblan los labios cuando dice hola. Ella lo ve a él, el primer hombre después de su padre. El padre que le enseñó cómo son las caricias de un hombre, qué esperar de su culo derrotado en tantas batallas de placer y asco... Ella lo ve a él y le dice: "sacame de este infierno". La puerta se cerró de golpe. Juan se fué angustiado, confundido: la mujer fea lo atrajo; por otro lado... si, una mujer que la estaba pasando mal. Iba caminando, mirando la vereda, el bolso todavía lleno de cartas y no podía dejar de pensar en ella... Abre la puerta de tu celda oscura Y deja que silencie tus gritos con besos Abre la puerta de tu prisión de dolor Y cubrete entre mis brazos mi amor Abre le puerta, yo te lo imploro Abre la puerta de tu alma muda (*) Entonces pensó que podría hacer algo, otro intento de volver a verla y decirle que él la ayudaría a escaparse, que él se enamoró y que otra cosa no se le ocurría. Volvió Juan, una y otra vez, pero sin suerte, nadie abria la puerta. La insistencia podría crear sospechas en los vecinos, pensó; pero no le importó un carajo, que piensen lo que quieran. Alrededor de las ocho de la noche se paró frente a la puerta que solo se abrió una vez, sacó un cuchillo de la bolsa de las cartas; tocó timbre, golpeó, pateó. Se abre la puerta, aparece el monstruo, el asesino de la inocencia, la cara roja del inmundo que inicia su muerte lenta cuando Juan le clava el cuchillo en el estómago. -¡La-puta-que-te-parió!, dijo, esquivando el cuerpo tirado de la bestia. Entró a la casa, abrió puertas. Ella estaba en su dormitorio, sentada en la cama, mirando televisión. -Juntá algo de ropa, rápido. Te llevo conmigo. Ella lo miró, se levantó de la cama, agarró un bolso que tenía a sus pies: -Sabía que ibas a volver. Estoy lista. -¿Tenés mamá o algo parecido? -No, se fué hace mucho. -Bueno, vamos. Al lado de la puerta esta tirado el viejo, no te asustes, tuve que hacerlo. Cuando se acercaron a la puerta, ella se llevó una mano a la cara y dejó de caminar. El la tironeó para sacarla a la calle. Tomaron un colectivo, un tren y después otro colectivo hasta llegar al cuartucho donde vivía Juan. Entraron, ella se paró al lado de la cama, como dejando lugar, el dejó su bolso contra la pared; le dijo: "desnudate". (*)Esta canción se llama Alma muda y pertenece a Heitor Pereira. De la película Dominó, dirigida por Tony Scott.

El otro

No es fácil la vida para un delator. Me levanté renegando de este trabajo de porquería; pero no se hacer nada mejor, tengo pocas luces para hacer otra cosa. Además, siempre fuí curioso, me gustaba el jueguito de saber que hacían los demás y quizá, para divertirme un poco, dar vuelta algún comentario para ver qué resultado obtenía... o una reacción inesperada. Hoy no me divierto tanto, el asunto es un poco más serio: me juego el cuello en cada detalle. Sonó el teléfono. Me despertó otro maldito político para saber si había averiguado algo. No. Todavía me queda sondear algunas fuentes -según la jerga. Mentira, ya tengo todo lo que necesita; pero como no habla de pagar un peso lo voy a dejar que se caliente un poquito. Tengo fotos, cientos de fotitos guarras de señores y señoras que no hacen lo que dicen. Y después el hijo de puta soy yo, no es justo, para nada; pero este trabajo es así: muchos me necesitan y luego me etiquetan de sucio, mala gente, traidor... y todos los epítetos que haya a mano. Pero chst!, momentito, que guardo todo, no vaya a ser que alguno se quiera poner pesadito, manejarme la vida, amenazarme. No, conmigo mucho cuidado; tengo una bolsa llena de favores por cobrar de gente ansiosa por retribuir. Como dije, me deben un montón de favores. Uno que me debía era "El Candado", Canda, para abreviar. Se apareció un día y me dijo: "Si me conseguis unos datos te hago participar en las ganancias". Primero: que salieran tantas palabras del Canda me asombró, tenía algo grande. Segundo: acepté con algunas condiciones. Otra que me debía era Juliana, cajera de una sucursal del banco Del Centro. De ella tenía que levantar la información para que el Canda y sus muchachos hicieran su faena. Algunos hay que a la hora de pagar deudas dudan, se hacen los difíciles; quiero decir, Juliana se puso defícil: tenía miedo de quedar pegada en un asunto sucio y por eso me costó un buen rato convencerla, para que largara lo que fuí a buscar. Mientras tanto, el Candado me presionaba, como si yo fuera empleado de el. -Juli, no te va a pasar nada, creeme.¿Alguna vez te hice una fea? No, ¿verdad? ¿Por qué ahora va a ser distinto? Bla, bla, bla y algunos cigarrillos, café, unas copas, promesas... y largó el rollo. Al día siguiente me llamó Juliana para decirme que estaba asustada, que no podía dormir bien, etcétera. La tranquilicé y le prometí que iría al banco un rato antes, para protegerla, por si el plan se iba al diablo. Llegué cinco minutos antes sin que el Candado y sus niños lo supieran; me puse en la cola más larga a esperar. Juliana me vió entrar. Seguía parado en la cola, que por suerte era la mas lenta en la história de los bancos, cuando, entre menos cinco y la hora, lo ví entrar. No, no era el Candado, era... pero antes cuento como fué. Todos los que estabamos en el puto banco lo seguimos con la mirada y la boca abierta. El tipo ni mu, pasó derechito a la oficina del gerente y sin anunciarse entró como si fuera el dueño. Chau, me dije, a la mierda todo. No pasó un minuto que entró el Candado y de a uno, cada diez segundos, los otros. El Candado se puso detrás mio y bajito me preguntó: - ¿Qué hacés aca, boludo? - Shh, callate, no sabes quién esta con el gerente. - ¿Quién? - El Diego. - ¿Qué Diego? - Maradona, ¡quién va a ser! El Candado se quedó callado unos segundos, luego dijo: - Me importa una mierda quien esté, yo lo hago igual. Acompañame a la oficina del gerente. El Candado le dijo a una mina que eramos de la custodia del Diego y nos dió via libre. Entramos. Cuando nos vieron entrar, Diego miró al genrente y los dos nos miraron a nosotros. El Candado habló: - Vinimos a robar el banco y vos (señalando al Diego) nos cagaste el día. Decía esto mientras le ponía el silenciador a la pistola. Diego alcanzó a decir: "Pero muchachos..." antes de recibir el primer disparo. El segundo fué para el gerente. Le saqué la pistola y le descargué lo que quedaba. ¿Usted qué hubiera hecho, señor comisario?  FIN.

Bar

Un saloncito de diez por cinco, mesas de fórmica, sillas de esas con cuatro tablitas verticales y una faja curva a modo de respaldo; al fondo un mostrador de madera, largo; como exhibición, botellas de caña, esperidina, smuggler, todas con el polvo del tiempo. Y para completar, el decorado se ilumina con unos pocos tubos fluorescentes. Bar de viejo.
Los clientes habituales no superan los ochenta años pero tampoco bajan de los cincuenta. Alguna que otra vez, de pasada, cae uno más joven, apurado, se toma una cerveza y sigue, como un fantasma.
Y ahí esta, fregando vasos, sirviendo una picadita rala, vino aguado hasta el borde que parece que se va a derramar pero no. El hombrote de cabeza redonda, pelado de lo que fué un rubio, que no llega a completar el día con la afeitada, siempre sonrriente; ese es El Alemán, solo eso: El Alemán.
...
Entra al bar un pibe que no tendría más de dieciseis años, se acerca al mostrador, saca un revólver y dice: "damelaplatadamelaplatadamelaplata". El Alemán mira el revólver, lo mira al pibe, deja el trapo y le pega un sopapo que lo manda al piso sin escalas.

El Alemán da la vuelta al mostrador se acerca al pibe y le dice: "parate". El pibe se levanta, mantiene la cabeza gacha; cuando El Alemán le va a hablar ve que para un auto de la policía:
- ¿Te buscan a vos?
- Si, seguro.
- Escondete atrás del mostrador.
El pibe sale como tiro. Entran dos policías. Uno le pregunta por el pibe. El Alemán no sabe nada.

El Alemán le pide al pibe que se siente a una mesa; le sirve un sanguche y una coca.
- ¿Cómo te llamás?
- Mauro.
- ¿Qué sabés hacer?
- Nada.
- Bueno. Cuando terminés lo que tenés ahí, vas a lavar los vasos y cuando cierre el boliche barrés el piso. Te pago y te las tomás. Si mañana querés hacer lo mismo volvé.

Transcurrido un tiempo se corrió la voz de que El Alemán tenía un ayudante. No mucho tardaron en aparecer pibas para ver que tal estaba Mauro. Y en poco tiempo más en el bar se empezó a notar el cambio de público.
Mauro seguía lavando y barriendo pero también había aprendido a hacer algunos tragos, para impresionar a las pibas que se le acercaban a preguntarle pavadas.
Apareció una que le gustó: con esa empezó un amorío. El Alemán lo aconcejaba, que tuviera cuidado, el barrio es medio denso. Alguno le iba a reclamar por la mina y no la pasaría nada bien. Mauro tomó el consejo para relacionarse con las mujeres que vinieron después.

El Alemán apoyó todos las mejoras que sugirió Mauro para el bar: la luz fué un elemento primordial; sacaron los tubos fluorescentes y pusieron lámparas que apuntaban directamente a cada mesa; la barra se remodeló por completo, dejando de lado las viejas botellas por todo un catálogo alcohólico de marcas conocidas. Con la llegada de la decoración moderna se fueron, también, los viejos borrachines.

El día que Mauro cumplía cuatro años en el bar paró en la puerta un Volvo del recontra carajo. Venus bajó del auto, encarnada en una belleza vestida de blanco en un vestido ajustado. La puerta del bar se abrió sola y ella continuó su paso con ese andar que los hombres sueñan cuando no tienen otra cosa que hacer. El pibe tuvo una erección abrupta, dolorosa; se emocionó al punto de que le cayeran dos lágrimas, se mareó, estuvo a poco de caerse pero lo contuvo la desesperación: ese fué el límite, la desesperación, como el tipo que no come hace mucho y le presentan un banquete para el solo... todo esto es tuyo.
Ella dice "estoy perdida ¿me podés ayudar?". Mauro responde "si" -quiero comerte... y el vestido también, de a pedacitos, muy chiquitos, para que me dures hasta que te extrañe. "Si, te ayudo". Le indicó como llegar a destino y le dijo: "No te voy a pedir tu número de teléfono ni tu dirección, pero vení cuando quieras; ya se que te voy a esperar toda mi vida". Venus se sonrojó apenas, le sonrrió apenas, pero se fué.

Al tiempo, paró el mismo Volvo del recarajo, bajó la misma Venus, la puerta del bar se volvió a abrir sola y otra vez ella entró y le dijo al pibe "estoy perdida ¿me podés ayudar?". Ahora Mauro apoyó las manos sobre el mostrador, hizo fuerza, se inclinó hasta llegar a Venus y le dió un beso en la boca. Le hizo un gesto al Alemán, como que se iba, la tomó de la mano de camino a la puerta; salieron... La puerta se cerró sola.

Los cambios en el comportamiento de Mauro fueron notables al poco tiempo de conocer a Venus: agotado, ausente, de pocas palabras. El Alemán lo notó enseguida, pero no hablaría de nuevo con el, ya había sido claro desde el principio. Venus le estaba destruyendo la cabeza a mordiscones, muy rápido.

Venus: ¿Te diste cuenta que tu patrón se está poniendo viejo?
Mauro: Ya casi soy socio, además, no es tan grande, parece.
Venus: mmmmm, como sea, podrías pensar en tomar las riendas vos, él ya no es una buena imágen para el bar.
Mauro: Es un buen tipo, lo mataría no estar en su bar. Es su creación.
Venus: Sugerile que viaje, un poco de otro aire no le vendría mal.
Mauro: No se, no creo que lo convenza.
Venus: Si vos querés puedo ayudarte.

Venus se apareció con un pasaje de avión y paquete turístico a Méjico. Mauro se lo llevó al Alemán y le dijo "Esto es un regalo, aceptalo por favor". Lo curioso fué que El Alemán se emocionó al aceptar los quince días de felicidad que le estaba regalando su ayudante, alumno, confesor, amigo... hijo.

Mauro no sabía nada de Venus. Su conocimiento se limitaba a las apariciones de ella y el sexo que tenían en los hoteles de la zona. Pero Venus, la zorra vieja, tenía un catálogo completo de orgías ricachonas, sexo con negrotes de todas las obras en construcción por donde pasara y más. Vaya uno a saber qué veía la mina en Mauro y para qué lo quería, porque más allá de lo arpía, bruja y mala entraña que era, lo trataba como si fueran novios. Y el pibe, con lo poco que se veían, estaba muy loquito con semejante hembra, ciego, como que no veía más allá de su nariz.

Mientras El Alemán comía Méjico a lo loco Venus hacía lo propio con la cabecita de Mauro:
Venus: ¿Querés venir a vivir conmigo?
Mauro: ¡¿Qué?!
Venus: Si, dale, tengo un lugar en mi casa para vos.
Se fué el pibe a vivir de prestado al quincho de una super-mansión en un super-barrio de la madre que los parió. Y hasta le dió un auto.
Al día siguiente a la mudanza, Venus, la astuta,la araña pollito, lo mandó a lo de un escribano a firmar lo que sería el título de propiedad del bar, con edificio y todo. Pero ojo, el pibe, totalmente lelo, iba a firmar cualquier cosa, total, qué sabe. En realidad, el bar iba a ser de ella.
La mina no lo dejaba en paz durante el día, lo franeleaba detrás de la barra, se lo llevaba a la parte de atrás del bar, se desnudaba y lo hacia ver cómo se masturbaba hasta que el pibe no daba más y se le tiraba encima. Pero a la noche Mauro caía agotado, hecho pedazos... Venus no. Venus seguía su vida de reviente por todos lados, su casa incluida. Así siguieron hasta que volvió El Alemán.

La mañana del regreso, Venus sacó de la cama a Mauro, al los piques, para llegar al bar antes que El Alemán. Cuando llegó El Alemán el bar ya estaba abierto y los dos estaban detrás de la barra. El Alemán entró, dejó el bolso a un costado y se dirijió derecho a la barra, con una sonrisa. Habló Venus:
-Hola Aleman. Ya te podés volver por donde viniste. No pertenecés a este lugar.
-¿Qué decis? dijo Mauro.
-Piba, volá de acá antes de que me olvide que sos mujer. Dijo El Alemán.
Venus tomó el celular, llamó y dijo "soy yo". Al toque cayeron dos autos de la cana y un tipo en otro auto. Entraron todos como trompos.
Venus: Escribano, por favor, quiere decirle a este señor quién soy yo.
Escribano: Señores, la señorita es la propietaria del local.
Venus: Alemán, Mauro... vayan saliendo... por esa puertita.
El Aleman y Mauro: ¡Hija de puta!
Se fueron.

El Alemán llevó a Mauro a patadas en el culo por toda una cuadra. Cuando llegaron a la esquina le dijo "¡estúpido de mierda, cuántas veces te dije que tuvieras cuidado con las minas!".
Cae el sol, tranquilo; una tarde de verano apacible. El Alemán y Mauro están escondidos, esperando que aparezca Venus. "Dejame a mi, de esto sé algo" dice el pibe. Llega Venus, se abre el portón; entra ella y los otros dos detrás, agachados. Venus baja del auto, Mauro la toma de un brazo y le dice "ni una palabra o va a ser peor para vos. Abrí la puerta de la casa". Entran los tres. La sientan en una silla y la atan. Mauro dice "todo es tuyo... hasta hoy". El Alemán saca una botellita llena de nafta, la abre y esparce el contenido en los sillones, prende un fósforo y ¡puf!... llamas. Venus grita, maldice; Mauro, saliendo, se da vuelta, dice "nos vemos en el infierno nena". Salen.

En una apacible tarde de verano, El Alemán y el pibe van caminando por las calles de un super-barrio de la gran perra, con el sol casi ausente y una nueva luz que menguará un poco más tarde.

FIN.

Por unas monedas

UNO
Los dos ladrones que entraron al supermercado chino vestían trajes, de los baratos. Pero, a pesar de la capucha, se los veía prolijos.
El más alto se acercó a la caja y le puso el revólver en la cabeza al chino.
- Señor, por favor, tenga la amabilidad de entregarme todo el dinero. Dijo el ladrón.
El chino berreó algo incomprensible, pero de inmediato vació la caja.
El otro ladrón vigilaba la salida, con una mano sujetando el picaporte de la puerta; no vaya a ser que los agarraran por una tontería.
El trámite parecia sencillo pero... El ladrón vigilante pegó el grito: "¡Cuidado!". Como rayos salieron corriendo para el fondo, mientras el chino se agachaba.
El estruendo fue terrible.
Un colectivo repleto de gente se incrustó hasta la mitad adentro del supermercado.

DOS
Polvo, gritos, quejas... un desastre.
El chofer tirado encima del volante, muerto. El chino, re-muerto, aplastado.
...
Hasta que llegan las hienas a remover los destrozos pasa un tiempo en el que las víctimas estan solas, cada una con su dolor, aturdidas. Y el olor... los va a acompañar el resto de la vida. Lo que ven también.
...
Algunos, como pueden, bajan del colectivo. Los dos ladrones se sacan la capucha, meten las armas en la bolsa donde pusieron el dinero. El ladrón más bajito es mujer. Se desvisten de los disfraces, como seguramente lo tenían planeado antes de la catástrofe.
-Salgamos, va a llegar la cana. Dijo el ladrón.
-No, bestia, vamos a ayudar a esta gente. Además el chino esta frito... Estamos limpios. Dijo la ladrona.

TRES
Subieron al colectivo con cuidado de no lastimarse; estaba todo destrozado. Despacio van viendo si alguien esta menos roto, para sacarlo. Uno tiene la cara ensangrentada pero se mueve, aparentemente, sin dificultad.
- Marina, Leo, ¿qué hacen aca? Dice el de la cara rota.
Marina: ¿Sebas?
Sebas: Si. ¡Ay! Me duele todo, pero... ¿que hacen ustedes dos juntos?
Marina: No digas nada ahora, te vamos a sacar.
Sebas: Esta bien, pero... ¡Aaay! ¡Carajo! ¡Tené cuidado!
Marina: Agarrate de nosotros dos.
Sebas: Ustedes... ¡Aaaj! Ustedes dos me estan jodiendo...
Leo: ¡Callate estúpido! Agarrate. Abajo hablamos.

CUATRO
Bajaron a Sebas y lo pusieron al lado del chino. Marina se lo lleva a Leo aparte para hablarle.
Marina: Con Sebas esta todo mal. No va a dejar de preguntar, nos va a seguir apretando. De aca podemos salir fácil, pero con éste corremos peligro. ¿Qué hacemos?
Leo: Vos subí, andate para atrás y hacé como que estas ayudando a los heridos. Por el ruido parece que estan cortado la chapa del colectivo. Cuando abran te las rebuscas para irte. Nos vemos en lo de tu vieja. Yo me encargo de Sebas.
Marina: ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
Leo: Si llegamos hasta aca yo no doy un paso atrás.
Marina lo miró a los ojos, le dio un beso y le dijo:
- Te quiero. Te espero en lo de mamá, no tardes.

CINCO
Leo no fué a encontrarse con Marina. ¿Qué pasó? Prendió la tele: el conductor muerto, el chino muerto, posible cliente muerto, heridos... nada más. Bien, Leo no dejó rastros, pero tampoco hay nada sobre él; preso no está... Se hizo humo. ¡Hijo de puta! Cómo me va a dejar así; tanto dinero no tenía el chino. No, no puede ser; algo raro vió, se escondió en otro lado... Va a aparecer en cualquier momento.
Suena el teléfono... es Leo:
Leo: Marina...
Marina: Decime que te pasó algo porque estoy furiosa.
Leo: Me estoy yendo...
Marina hizo una pausa, respiró:
Marina: Cobarde. Solo me conforma saber que con esa plata no vas a ir muy lejos.
Leo: No creas, hay más de lo que imaginás.
Marina: Mataste a Sebas; yo lo se.
Leo: De eso no hay pruebas.
Marina: ¡Puto!
Se acabó la conversación.

ESTO ES LO QUE SUCEDIO SEGUN ME DIJERON
Sebas y Leo eran compinches, amigos bravucones que se dedicaban a hacer tropelías por diversión; robaban tonterías para probar que no los descubririan: se sentían invulnerables y creían que eso era el peligro.
Un día Sebas le habló a Leo de Marina y más tarde se la presentó. Fueron a un bar a tomar algo, hablaron pavadas, se rieron bastante. No pasó mucho tiempo para que Leo y Marina fueran amantes.
Entonces Leo le contó a Marina lo que hacían él y Sebas, de los estúpidos que jamás creerían que ellos les podrían robar nada. Le dijo lo fácil que les resultaba y cuánto se divertían. Marina le tapó la boca con una mano y le dijo que ella tambien quería hacerlo, pero con él, en algo más expuesto, con más peligro. Leo le dijo que si, que le diera un tiempo para elejir el lugar.
Fué así que entraron a robarle al chino. Y si, había bastante dinero; que por supuesto se llevó Leo hasta Bolivia, donde lo mataron los gendarmes creyendo que era un traficante. Pero ese fué el fin de Leo. Marina le anticipó la jugada y llegó antes que el a La Quiaca, Jujuy; lo esperó en la terminal de omnibus, se lo llevó al baño a punta de revólver y le quitó la bolsa con la guita. Le sacó un pasaje a Bolivia.
Marina: Te puse un poco de plata en tu mochila.
Leo: Pero Marina ¿qué voy a hacer en Bolivia?
Marina: No se, problema tuyo. Ibas a cruzar si mi.
Leo: Perdoname, por favor...
Marina: Si, te perdono... pero voy a esperar a que subas al colectivo.
Marina esperó a que el colectivo saliera de la terminal.
Antes de llegar a la frontera Leo revisó la mochila en busca del dinero que le había dado Marina. Encontró los billetes y también unos paquetitos que contenían un polvo blanco. Fué tal el susto que, al llegar a la frontera, se bajó del colectivo y salió corriendo. Los gendarmes le dieron la voz de alto, pero el pobre Leo siguió en la carrera. Pum! Adios Leo.
Marina tuvo la intensión de quedarse unos días por la zona, ver la ciudad, el paisaje. Conoció a un colla, petiso, feo, simpático, con el que, luego de un tiempo se juntó, tuvo seis hijos flacuchos y también feos. Una vida tranquila, sencilla, dedicada a criar hijos y bichos, en el medio de las montañas... para pasar el tiempo.

FIN.

Escalera al cielo

José iba seguido a la casa de Don Carlos.
Al pibe le gustaba escuchar las historias que contaba el viejo.
La astronomía era el tema principal. No había vez en que algún cuento no terminara en el cielo o más allá.
José hablaba poco; escuchaba y nunca preguntaba.
Un día el pibe se paró frente a la casa del viejo y se quedó ahí, hasta que Don Carlos salió.
- ¿Qué te pasa pibe? Dijo el viejo.
- Quiero ir al cielo. Dijo el pibe.
Don Carlos esperó un momento y le dijo:
- Andá a buscar la escalera que esta en el fondo, ponela contra el techo y subí.
José fué hasta el fondo de la casa, trajo la escalera y la puso contra el techo.
El viejo se dió vuelta y entró en la casa.
José subió.
Nunca supimos que fué de José.
Don Carlos no volvió a salir de la casa.

Aeropuerto 2009

EL INCIDENTE
Un avión esta cruzando por el medio del Atlántico. Son doscientas personas entre pasajeros y tripulación. En la cabina de los pilotos hay preocupación: los dos motores estan fallando.
-Piloto 1: La puta carajo. Justo aca se rompe esta porquería. Si planeamos, ¿hasta dónde podemos llegar?
-Piloto 2: Si los motores se paran dentro de una hora, quizás, con suerte, llegamos cerca de las Azores. ¿Comunico la emergencia?
-Piloto 1: No, esperá. Como vamos, me parece que no contamos el cuento. Asi que busquemos la forma de que la gente no enloquezca demasiado y si podemos hacer que no se den cuenta, mejor.
-Piloto 2: No entiendo. ¿Qué pensás hacer?
-Piloto 1: No estoy muy seguro,pero... ¿Núnca te imaginaste que harías si te fueras a morir en las próximas horas? Si nos vamos a hacer bosta... ¿para qué nos vamos a volver locos? Ya esta, en unas horas somos historia. Pensá. Pensá rápido porque yo hace rato que quiero voltearme a Carina y me parece que hoy es el día.

DISCUSIONES
Piloto 2: Karina anda con Morales, vos sabés.
Piloto 1: Si, pero nos caemos nosotros, asi que ¡Carina es mia!
El avión sigue su curso, aún con los motores medio rotos. Mientras tanto algunos pasajeros se empiezan a preocupar.
Pasajero 43: Notaste que el avión se mueve un poco? Le dice al de al lado.
Pasajero 94: No, no me di cuenta. Deben ser pozos de aire.
Pasajero 43: ¡Idiota! Los pozos son otra cosa. ¿Nunca viajaste en avión?
Pasajero 94: Oime puto, cuando bajemos te rompo la jeta.
De a poco se fue armando el quilombete en distintos sectores. Pero en la cabina había otros intereses.
Piloto 1: Voy a llamar a Carina, dejenme solo.
Piloto 2: No debemos salir.
Piloto 1: ¡Salgan ya!
Todo se estaba yendo bastante al carajo y además, en cualquier momento, se iban a pique.

PRIMER CAOS
Despelote. Gente a punto de enloquecer. La monada se esta calentando bastante.
Mientras, Carina hace su aparición:
Carina: Hay quilombo. ¿Qué pasa? ¿Por qué estan ustedes dos? ¿Dónde estan los demás?
Piloto 1: Nos caemos.
Carina: ¡Otra vez con lo mismo! Seguis con esto, solo para acostarte conmigo. Y vos le seguis el juego... sorete.
Piloto 2: Nos caemos -señala al tablero- Mirá: motor uno a la mitad, motor dos un cuarto.
Carina: No ¡mierda! ¿Cuánto nos queda?
Piloto 2: Un rato.
Carina: ¿Podés dejarnos solos?
Sale Piloto 2.
Un tipo ve salir a Piloto 2 y lo encara.
Pasajero 29: Oiga, esto es un lío, digan algo.
Piloto 2: No pasa nada, cálmense.
El tipo lo empuja y abre la puerta de la cabina. Ve a Carina arrodillada. Se vuelve y, a los gritos, les cuenta a todos.

SEGUNDO CAOS
Super rockanroll entre los pasajeros.
Ni bien dejó de gritar Pasajero 29 se armó el gran quilombo. Hombres rasgando la ropa de mujeres, mujeres encima de mujeres, dos hombres enrroscados a más no poder. ¡Fiesta violenta en el aire!
En el aeropuerto de Heathrow ya saben que el avión se va a hacer tortilla. Llaman a los de aeronáutica para que hagan algo. Les van a mandar dos cazas para hacerles de apoyo.
Carina: Bueno, ahora vas a tener lo que siempre quisiste.
Piloto 1: No, esperá.
Carina: ¡Pero boludo, ahora qué querés! Me tenés como lo buscaste... y además nos vamos a matar juntos. ¡Qué más!
Piloto 1: Si, es verdad, pero así no. Ahora yo no quiero.
Los cazas ya llegaron.
Entra Piloto 2.

MANUAL DE RESCATE AEREO
Los avioncitos recién llegados se pusieron a cada lado del mamotreto, debajo de las alas. Engancharon no-se-que-cosa para transportalo sanito hasta la pista. Pero uno no lo hizo bien.
...
Piloto 2: ¡Uy, carajo! ¡Nos vamos de lado! Voy a ver las alas.
Piloto 2 va hacia la zona de pasajeros esquivando lo que queda de la fiestonga.
Piloto 1 y Carina estan, desde hace un buen rato, mirandose sin decir nada.
Muy cerca del mar y de la costa el avión se clava de punta.
Las lanchas y los helicópteros rescatistas alertados salen a los piques.

AEROPUERTO
Como estaban, los sobrevivientes, medio desnudos, fueron entrando de a poco, a la sala preparada para la primera asistencia.
Oficial: Voy a tomar lista, por favor... disculpen.
¿Estan todos?
Casi.
...
Cinco días después encontraron a los dos únicos muertos.
Piloto 1 y Carina estaban abrazados, flotando, como en una última danza. Ella tenía los ojos abiertos, el gesto de haber llorado... El tenía los ojos cerrados.
El cielo esta limpio, clarísimo. El mar, calmo. Un día hermoso.

FIN.

Tu me arruinaste

I
María, llamada por sus compañeros de trabajo "marmota", sin que ella lo sepa, claro.
Julian Gallo: "Ju" para las fuleras; "el boludo" para los y las piolas de siempre.
María y Julian trabajan en el mismo edificio, pero a dos pisos de distancia.
Un día María tomó el ascensor y dos pisos más abajo subió Julian. Ni bien pisó el ascensor Julian ella se levantó la pollera, pararon el aparato, tuvieron sexo a los manotazos y besos con dolor.
Así se conocieron.

II
La aventura siguió, pero con menor intensidad que el encuentro original.
Al mes apareció una tal Josefina en el trabajo de Julian; le dijo que sabia que el es casado y el enrrosque con la fulana de las oficinas de más arriba.
- Bien -dijo el. ¿Qué querés?
- Nada... Pero se lo voy a contar a tu mujer.
- Contale.
- Esta bien, solo que se me ocurre cambiar un detalle.
- ¿Ah si? ¿Cual?
- Me voy a presentar como tu amante.
- ¡Entonces queres algo!
- Claro. Quiero que hagas conmigo lo mismo que con la perra esa.

III
En un hotel del centro descansan Julian y Josefina, luego de una ajetreada tarde de sexo.
Ella duerme, el no. De pronto aparecen las-tres-chiruzas.
Julian:- ¿Son fantasmas o son lo que aparentan ser?
Chiruza 3:- Somos lo que ves.
Chiruza 1:- Julian, te fuiste a la mierda.
Chiruza 2:- Caiste en la trampa.
Todas:- Lo hermoso es feo, y lo feo es hermoso. (Las-tres-chiruzas se desvanecen).
Julian se queda pensando que las tres apariciones tienen razón, que de alguna manera tendría que arreglar todo el quilombo que armó en tan poco tiempo.
En fin, ahora habrá que ver cómo acomodar algunas cosas para sacarse de encima el fardo del lomo.

IV
En la cola de un banco esta Julian esperando para pagar la luz, mientras sigue pensando como cornos librarse de Josefina.
María no es problema porque no sabe nada y también porque es más buena que el agua.
Sale del banco, enfila para verdulería de la esquina de su casa con la intención de comprarse alguna fruta. Cuando llega a la verdulería lo primero que ve son los cajones de tomates: ¡crack! le hizo la cabeza.
-No-se dijo-Si la mato que no sangre. Mejor va a ser que otro se monte a la burra y la lleve para otro lado. Voy a hablar con mi amigo Omar: el se va a encargar de la loca esa.

V
La mujer de Julian, Nadia, tiene un romance con Omar, el gran amigo que se hará cargo de Josefina.
Muy bien, ya estan todos, bastante entreverados; dispuestos a reventarse la vida al primer descuido. Pero ojo, Josefina no es idiota, Omar no es tan bicho, Nadia duerme con un ojo abierto, Julian es medio pavote y María... María no es lo que parece.
Me da pena lo que va a pasar; en el corazón de alguno de ellos hay amor, no mucho, solo el suficiente para sostener una vida sencilla.

VI
Las casualidades no existen, el destino es un invento para agrupar lo inexplicable y todo un etcétera del submundo de lo terrible.
Pero, ustedes no me van a creer lo que son las cosas. Julian estaba en su oficina hablando con Omar; Josefina estaba a pasos de entrar en la oficina de María.
Y justo, cuando se estaba armando la posibilidad de un tremendo despelote, no va que cae un satélite y pega de lleno contra las oficinas de Julian y María. De locos.
Y ahí quedo Nadia, solita, esperando que un día su vida transcurra como si nada hubiera pasado.

FIN.

Noche de paz, noche de amor

24 de diciembre, 23:59 hs.
Ella, sola en su dpto, escucha, melancólica, música de Los Angeles Negros.
Suena el timbre. Abre.
- Hola, soy Papanuel.
- Hola, ¿querés pasar?
- Si.
- Pensé que no vendrias.
- Te traje lo que me pediste.
- Una bombacha rosa.
- Ponetelá.