¡shhh!

En la esquina en frente de casa hay tres pibes. La esquina en diagonal, donde está el bar abandonado; que primero fue una casa donde vivió gente, personas a quienes no conocí; después la convirtieron en almacén, luego verdulería, kiosko, mercería y por último el bar de viejos que jugaban a las cartas por el vaso de vino lleno hasta arriba.
Los pibes hablan, no los oigo, pero veo que hablan y hacen gestos con las manos. No discuten, es una conversación; en tono bajo, amistoso... sonríen. Hace como dos horas que no paran. ¿Qué dicen? Fútbol, televisión, chicas... qué otra cosa puede ser; no tienen más de dieciséis años... 

Yo jugué al billar en ese bar. Tenía un amigo con el que iba seguido. Una bola blanca, una roja y otra medio amarilla. Hacíamos carambolas, nada más; porque jugar a dos, tres o cuatro bandas nos resultaba difícil. A nosotros nos gustaba hacer carambolas, nada más.


Llegó una piba a la esquina; saludó a los tres con un beso y se largó a hablar con voz más alta; se reía a carcajadas. Pero bajó la voz, como los pibes; se acomodó al tono, y siguieron hablando, de a uno por vez mientras los otros escuchaban vaya a saber uno qué. 

Un día llegué al bar y ahí estaba mi amigo, esperándome para el billar. "Dale loco, creí que no venías", dijo. Le conté: "llamaron las chicas. Están en el campo, bah, en el pueblo, en la casa del viejo de Mabriela. Jandra y Mabriela; quieren que vayamos". Fuimos. Tomamos un colectivo, de los que entran en todos lados... Llegamos casi de noche.
El pueblito no tenía más de cuatro manzanas; pero como era la primera vez que hacíamos un viaje, corto, pero viaje al fin... estábamos felices. De noche no había luz en las calles por lo que tuvimos que llegar, a la pieza que mi amigo había alquilado, a tientas y tropezones. La pasamos bien con las chicas: besos, muchos; caricias... nada más... el sexo era para otros. Estuvimos un día, después nos volvimos.


Seguía el movimiento en el grupito de charlatanes. Se sumó otra piba: ésta más chiquita, delgadita, algo pálida. Ni bien llegó se callaron todos; movió un brazo y todos empezaron a cruzar la calle, rumbo al kiosko de la esquina, en frente y a la derecha de casa. Ese kiosko era de dos hermanas, las turcas, viejas; pero ahora es de un fulano, un choto que no le importa si le comprás o no, un malarreado de porquería... Una pena, las turcas eran mejores.
Los tres pibes entraron al kiosko, sacaron a patadas y de los pelos al fulano del dueño; las dos pibas también entraron, mientras los pibes ataban las manos y pies del tipo con cinta de embalar sacada del negocio, las niñas levantaron lo que pudieron y salieron. Lo dejaron tirado en la vereda al choto del kioskero. Se fueron por la vereda donde estaban, camino al puente. Los vi un ratito, hasta que me los taparon los árboles, pero seguí escuchando a una de las pibas que cantaba; los otros comían caramelos... y de repente uno hizo ¡shhh!

FIN

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sshhhhhhhh!!!!!!!!


Monica