Bar

Un saloncito de diez por cinco, mesas de fórmica, sillas de esas con cuatro tablitas verticales y una faja curva a modo de respaldo; al fondo un mostrador de madera, largo; como exhibición, botellas de caña, esperidina, smuggler, todas con el polvo del tiempo. Y para completar, el decorado se ilumina con unos pocos tubos fluorescentes. Bar de viejo.
Los clientes habituales no superan los ochenta años pero tampoco bajan de los cincuenta. Alguna que otra vez, de pasada, cae uno más joven, apurado, se toma una cerveza y sigue, como un fantasma.
Y ahí esta, fregando vasos, sirviendo una picadita rala, vino aguado hasta el borde que parece que se va a derramar pero no. El hombrote de cabeza redonda, pelado de lo que fué un rubio, que no llega a completar el día con la afeitada, siempre sonrriente; ese es El Alemán, solo eso: El Alemán.
...
Entra al bar un pibe que no tendría más de dieciseis años, se acerca al mostrador, saca un revólver y dice: "damelaplatadamelaplatadamelaplata". El Alemán mira el revólver, lo mira al pibe, deja el trapo y le pega un sopapo que lo manda al piso sin escalas.

El Alemán da la vuelta al mostrador se acerca al pibe y le dice: "parate". El pibe se levanta, mantiene la cabeza gacha; cuando El Alemán le va a hablar ve que para un auto de la policía:
- ¿Te buscan a vos?
- Si, seguro.
- Escondete atrás del mostrador.
El pibe sale como tiro. Entran dos policías. Uno le pregunta por el pibe. El Alemán no sabe nada.

El Alemán le pide al pibe que se siente a una mesa; le sirve un sanguche y una coca.
- ¿Cómo te llamás?
- Mauro.
- ¿Qué sabés hacer?
- Nada.
- Bueno. Cuando terminés lo que tenés ahí, vas a lavar los vasos y cuando cierre el boliche barrés el piso. Te pago y te las tomás. Si mañana querés hacer lo mismo volvé.

Transcurrido un tiempo se corrió la voz de que El Alemán tenía un ayudante. No mucho tardaron en aparecer pibas para ver que tal estaba Mauro. Y en poco tiempo más en el bar se empezó a notar el cambio de público.
Mauro seguía lavando y barriendo pero también había aprendido a hacer algunos tragos, para impresionar a las pibas que se le acercaban a preguntarle pavadas.
Apareció una que le gustó: con esa empezó un amorío. El Alemán lo aconcejaba, que tuviera cuidado, el barrio es medio denso. Alguno le iba a reclamar por la mina y no la pasaría nada bien. Mauro tomó el consejo para relacionarse con las mujeres que vinieron después.

El Alemán apoyó todos las mejoras que sugirió Mauro para el bar: la luz fué un elemento primordial; sacaron los tubos fluorescentes y pusieron lámparas que apuntaban directamente a cada mesa; la barra se remodeló por completo, dejando de lado las viejas botellas por todo un catálogo alcohólico de marcas conocidas. Con la llegada de la decoración moderna se fueron, también, los viejos borrachines.

El día que Mauro cumplía cuatro años en el bar paró en la puerta un Volvo del recontra carajo. Venus bajó del auto, encarnada en una belleza vestida de blanco en un vestido ajustado. La puerta del bar se abrió sola y ella continuó su paso con ese andar que los hombres sueñan cuando no tienen otra cosa que hacer. El pibe tuvo una erección abrupta, dolorosa; se emocionó al punto de que le cayeran dos lágrimas, se mareó, estuvo a poco de caerse pero lo contuvo la desesperación: ese fué el límite, la desesperación, como el tipo que no come hace mucho y le presentan un banquete para el solo... todo esto es tuyo.
Ella dice "estoy perdida ¿me podés ayudar?". Mauro responde "si" -quiero comerte... y el vestido también, de a pedacitos, muy chiquitos, para que me dures hasta que te extrañe. "Si, te ayudo". Le indicó como llegar a destino y le dijo: "No te voy a pedir tu número de teléfono ni tu dirección, pero vení cuando quieras; ya se que te voy a esperar toda mi vida". Venus se sonrojó apenas, le sonrrió apenas, pero se fué.

Al tiempo, paró el mismo Volvo del recarajo, bajó la misma Venus, la puerta del bar se volvió a abrir sola y otra vez ella entró y le dijo al pibe "estoy perdida ¿me podés ayudar?". Ahora Mauro apoyó las manos sobre el mostrador, hizo fuerza, se inclinó hasta llegar a Venus y le dió un beso en la boca. Le hizo un gesto al Alemán, como que se iba, la tomó de la mano de camino a la puerta; salieron... La puerta se cerró sola.

Los cambios en el comportamiento de Mauro fueron notables al poco tiempo de conocer a Venus: agotado, ausente, de pocas palabras. El Alemán lo notó enseguida, pero no hablaría de nuevo con el, ya había sido claro desde el principio. Venus le estaba destruyendo la cabeza a mordiscones, muy rápido.

Venus: ¿Te diste cuenta que tu patrón se está poniendo viejo?
Mauro: Ya casi soy socio, además, no es tan grande, parece.
Venus: mmmmm, como sea, podrías pensar en tomar las riendas vos, él ya no es una buena imágen para el bar.
Mauro: Es un buen tipo, lo mataría no estar en su bar. Es su creación.
Venus: Sugerile que viaje, un poco de otro aire no le vendría mal.
Mauro: No se, no creo que lo convenza.
Venus: Si vos querés puedo ayudarte.

Venus se apareció con un pasaje de avión y paquete turístico a Méjico. Mauro se lo llevó al Alemán y le dijo "Esto es un regalo, aceptalo por favor". Lo curioso fué que El Alemán se emocionó al aceptar los quince días de felicidad que le estaba regalando su ayudante, alumno, confesor, amigo... hijo.

Mauro no sabía nada de Venus. Su conocimiento se limitaba a las apariciones de ella y el sexo que tenían en los hoteles de la zona. Pero Venus, la zorra vieja, tenía un catálogo completo de orgías ricachonas, sexo con negrotes de todas las obras en construcción por donde pasara y más. Vaya uno a saber qué veía la mina en Mauro y para qué lo quería, porque más allá de lo arpía, bruja y mala entraña que era, lo trataba como si fueran novios. Y el pibe, con lo poco que se veían, estaba muy loquito con semejante hembra, ciego, como que no veía más allá de su nariz.

Mientras El Alemán comía Méjico a lo loco Venus hacía lo propio con la cabecita de Mauro:
Venus: ¿Querés venir a vivir conmigo?
Mauro: ¡¿Qué?!
Venus: Si, dale, tengo un lugar en mi casa para vos.
Se fué el pibe a vivir de prestado al quincho de una super-mansión en un super-barrio de la madre que los parió. Y hasta le dió un auto.
Al día siguiente a la mudanza, Venus, la astuta,la araña pollito, lo mandó a lo de un escribano a firmar lo que sería el título de propiedad del bar, con edificio y todo. Pero ojo, el pibe, totalmente lelo, iba a firmar cualquier cosa, total, qué sabe. En realidad, el bar iba a ser de ella.
La mina no lo dejaba en paz durante el día, lo franeleaba detrás de la barra, se lo llevaba a la parte de atrás del bar, se desnudaba y lo hacia ver cómo se masturbaba hasta que el pibe no daba más y se le tiraba encima. Pero a la noche Mauro caía agotado, hecho pedazos... Venus no. Venus seguía su vida de reviente por todos lados, su casa incluida. Así siguieron hasta que volvió El Alemán.

La mañana del regreso, Venus sacó de la cama a Mauro, al los piques, para llegar al bar antes que El Alemán. Cuando llegó El Alemán el bar ya estaba abierto y los dos estaban detrás de la barra. El Alemán entró, dejó el bolso a un costado y se dirijió derecho a la barra, con una sonrisa. Habló Venus:
-Hola Aleman. Ya te podés volver por donde viniste. No pertenecés a este lugar.
-¿Qué decis? dijo Mauro.
-Piba, volá de acá antes de que me olvide que sos mujer. Dijo El Alemán.
Venus tomó el celular, llamó y dijo "soy yo". Al toque cayeron dos autos de la cana y un tipo en otro auto. Entraron todos como trompos.
Venus: Escribano, por favor, quiere decirle a este señor quién soy yo.
Escribano: Señores, la señorita es la propietaria del local.
Venus: Alemán, Mauro... vayan saliendo... por esa puertita.
El Aleman y Mauro: ¡Hija de puta!
Se fueron.

El Alemán llevó a Mauro a patadas en el culo por toda una cuadra. Cuando llegaron a la esquina le dijo "¡estúpido de mierda, cuántas veces te dije que tuvieras cuidado con las minas!".
Cae el sol, tranquilo; una tarde de verano apacible. El Alemán y Mauro están escondidos, esperando que aparezca Venus. "Dejame a mi, de esto sé algo" dice el pibe. Llega Venus, se abre el portón; entra ella y los otros dos detrás, agachados. Venus baja del auto, Mauro la toma de un brazo y le dice "ni una palabra o va a ser peor para vos. Abrí la puerta de la casa". Entran los tres. La sientan en una silla y la atan. Mauro dice "todo es tuyo... hasta hoy". El Alemán saca una botellita llena de nafta, la abre y esparce el contenido en los sillones, prende un fósforo y ¡puf!... llamas. Venus grita, maldice; Mauro, saliendo, se da vuelta, dice "nos vemos en el infierno nena". Salen.

En una apacible tarde de verano, El Alemán y el pibe van caminando por las calles de un super-barrio de la gran perra, con el sol casi ausente y una nueva luz que menguará un poco más tarde.

FIN.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Era hora pibe (se me cayó una sota) que te dedicaras nuevamente a escribir.
un beso,
abito

Anónimo dijo...

mmmmmmm....... me encantò ¡¡¡ ojalà me diera el cuerpo para hacer lo mismo .. hablo de VENUS ..

ahh.. soy la FLACA ¡¡¡ BESOTES.